jueves, 20 de junio de 2013

FORNICANDO EN LA CASITA DEL ARBOL

tendría como once años cuando en la casa de mi abuela existían unos arboles en donde jugabamos, sin embargo comencé a construir como a un metro del piso una casita del árbol, ya terminada recuerdo haber ido por mi amigo para mostrarsela, pero la realidad es que era para fornicar, entramos por la parte de abajo de la casita y estando ahí dentro, como era de esperance cuando el me daba la espalda yo lo abrazaba por detráz, y comenzaba a tocarlo por encima del pantalón simulando que lo penetraba, decíamos que cojiamos con ropa, y luego es como un rito bajarle el cierre y después le desabroche el botón del pantalón, entonces comenzaba a tocar su pene encima de su truza, mientras este se iba poniendo duro, y crecía y crecía, el es de tez blanca, mide actualmente 1.75, ojos claros y una verga muy blanquita, y de unos 17 centimetros son de esa vergas que tienen la cabezita chiquita pero la parte de en medio son gruesas, a si le baje la truza y comenzé a mamarle la verga en aquellos años yo no me podía comer toda una verga tan grande, solo chupaba la cabezita, como si fuese una paleta, y luego el hacia eso conmigo, era tan rica aquella sensación, que me prendía mas y mas hasta casi perder el control por completo, recuerdo voltearlo, y ponerlo en posición de perrito, y penetrarlo, una y otra vez, pero antes era mas brusco recuerdo que el me la dejaba ir sin precaución, entonces yo lo hacia de la misma manera, solo podía ver su cara de dolor al penetrarlo, pero volvía a tocarlo, y a mamarlo, pues el ya no quería ser penetrado, convenciéndolo nuevamente volvía a meter mi pene por su pequeño y apretadito ano, pero esta vez, ya entraba como si nada, y ya el dolor se había ido, me encantaba, por que el se movía hacia mi, y yo no tenia que hacer nada, el hacia todo el trabajo, puesto que se movia como si tuviese un gusano en la cola, pues eso me prendía mas, y mas, yo metía mi mano por sus genitales y comenzaba a masturbarlo al mismo tiempo que le mordía la espalda, sin dejar evidencias. cuando terminamos habia ese silencio incomodo, que queda al final de las relaciones, esperando que alguno de ambos rompa el hielo. y pues le pedia la hora, para comenzar la platica.

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